¡Que no son el Rayern de Munich, por dios!

por Phil O'Hara

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Ni eran las cinco de la tarde, ni era en las Ventas, ni el diestro era José Tomás. Eran las nueve, era el coso vallecano y en vez del de Galapagar, Paco Jémez. Y no es que todo fuesen desemejanzas, que alguna semblanza hubo: también ayer se cortaron orejas y rabo, aunque no fueran las de ningún astado sino otra vez, y van ya unas cuantas, las del bueno del grancanario. Del valor no me olvido; sucédeme que como Sócrates, no el ateniense sino mi buen amigo, pienso que más que atrevimiento lo de Jémez raya en la imprudencia cuando no en la temeridad; por más que uno deba reconocer que en cuanto a tamaño y arrojo, nada han de envidiar las gónadas del canarión a las del susodicho matador de toros. Empero de todo acaba por hartarse uno y casi apetece ver al once de Vallecas más tapadito. Son demasiados envites enseñando parecida teta; acaso algo de recato le viniese bien al equipo vallecano, o no le viniese mal del todo. No cree Paco Jémez que su Rayo sea como el Ajax de Cruyff, de Krol y compañía, ni como la Brasil del 70, que osado es, mas no iluso. Y si su Rayo tampoco es como el Bayern de Munich, deberíamos convenir, ni que sea por vergüenza torera o por caridad cristiana, que bien pudiera el técnico rayista probar con otros planteamientos más al uso, aunque tal suponga traicionar filosofías y conceptos que, cuando se mantienen pese a quien pese, inclusive ante escuadras como la de Luís Enrique, pueden tildarse de quijotescos; a sabiendas de que por lo general y hasta la fecha esas ideas han dado frutos más que aceptables, son de agradecer, y tanto la profesión como los aficionados y cuantos gustamos del buen balompié estimamos y valoramos en gran medida.

Por lo demás cuántas veces no se habrá dicho ya: el morlaco que los chavales de Paco Jémez tuvieron delante fue ayer un miura. Los de Luís Enrique, con sólo dos cambios en relación al once de gala, uno forzado, entraron como en las mejores noches al enfrentamiento. Desde el pitido inicial la actitud sobre el verde resultó inmejorable; sacaron a relucir bien pronto gran parte del ramillete de virtudes que los distinguen: la presión alta, el juego preciso, la circulación veloz de balón, el control del mismo cuando fue preciso y el juego vertical siempre que se pudo. Producto de lo cual apenas pasaron apuros defensivos, causando problemas cada vez más serios a su desvergonzado rival. Tan cierto es que el inesperado obsequio del cancerbero local primero y ya al filo del descanso después la expulsión del joven canterano cedido por el Real Madrid, Diego Llorente (que si abandonó el rectángulo de juego sin ir del brazo de la Benemérita fue sólo porque antes de casi arrancarle de cuajo el pie a Ivan Rakitic tocó balón) allanaron el camino hacia la trigésima quinta victoria del FC Barcelona, como que ésta hubiese llegado de todos modos.

Once son las jornadas que restan para que concluya un campeonato de Liga más, y aunque todo es posible, solamente una debacle puede impedir que los azulgrana vuelvan a entonar otra vez el alirón, revaliden el título de campeón de Liga y alarguen un poco más una hegemonía en el panorama futbolístico español que va camino del decenio. Ladran, luego cabalgamos, decía don Quijote a Sancho. Pero es que ya ni ladran.